Por: Julián Moncada
Aprender a diseñar letras es aprender a estar cómodo con el acto de retornar. Cada nuevo proyecto supone retornar a las formas que están siendo creadas una y otra vez; retornar a unas convenciones del lenguaje, de la cultura, de la educación, de la óptica y del oficio mismo, y retornar a modelos —como por ejemplo las minúsculas del alfabeto latino— y a géneros —como el de las letras góticas— que evolucionan de formas más bien lentas a través del tiempo y la geografía.
En conjunto, estos retornos convierten el ejercicio de diseñar tipos en una conversación con las letras de otros lugares y épocas, con las maneras en que han sido utilizadas, con los mensajes que han configurado y con las personas y grupos que participaron de esos mensajes.
Esta conversación, o una muy similar, sucede en todas las áreas del quehacer visual y sin embargo siento que es particularmente evidente en los procesos y resultados del oficio tipográfico. Y no solo se siente evidente sino que muchas veces es esencial, por lo que también puede presentar un problema, una paradoja que nos devuelve al inicio de este texto: si diseñar letras supone aprender a sentirse cómodo con la contemplación de cosas que ya existen, de cosas establecidas, de cosas que cambian lentamente, y si encontrar esa comodidad requiere una disposición de tiempo y recursos intensa, dedicada, pesada, ¿cómo se puede construir una práctica tipográfica ingeniosa, nueva, ligera; un quehacer que contribuya con generosidad al presente y futuro de este oficio?, y ¿por qué importa hacerse preguntas así?
¿Estar cómodo? A veces tendemos a pensar que la maestría en un oficio es un proceso para naturalizar conocimientos, técnicas y soluciones que ya fueron puestas a prueba para abordar retos recurrentes en un área. Por ejemplo, un reto que se repite en el diseño de tipos es el de producir una letra que funcione bien en tamaños pequeños pero que se vea atractiva y única en tamaños grandes. La práctica y el estudio, extendidos en el tiempo, harían posible sugerir soluciones competentes, eficientes y correctas a un reto como este; soluciones que minimicen el error, optimicen el tiempo y aseguren resultados correctos. Y a pesar de que estos enunciados presentan una premisa que a primera vista suena interesante e ideal, no sé si ofrecen una respuesta suficiente a la práctica de los oficios en el presente.
Enmarcar la maestría en términos de eficiencia y resultados hace pensar que el fin del hacer, del repetir, del pensar, y del oficio como tal está simplemente en reducir la fricción de un proceso. Me hace pensar que con ideas de este tipo podemos estar cerrando la puerta a que prácticas como el diseño —y otras afines— sean formas viables de responder a los daños, desequilibrios y ansiedades que produce el afán por la eficiencia; por obtener y mostrar resultados. No es un asunto sencillo, y en definitiva es un privilegio el siquiera tener tiempo para pensar en cosas así, pero tal vez una concepción del oficio y de la maestría como el lugar en donde se goza del error, de la incomodidad y de la duda, podría impregnar de generosidad aquellas prácticas que muchas veces sentimos egocéntricas e irrelevantes. Y aquí es clave preguntarnos acerca de esta última noción. ¿Qué es lo que calificamos de relevante?
Parece que ser competentes en algo nos condena a ver el mundo a través de ventanas cada vez más pequeñas; que al volvernos más y más competentes en un oficio se vuelven escasas las cosas que nos parecen interesantes, emocionantes y relevantes para esa práctica. Sucede con mucha facilidad. Y me pregunto otra vez, ¿será esta la mejor manera de asumir la experticia y la comodidad en un área?
Vale la pena diseñar letras que no solamente miran a otras letras, sino que consideran otros campos del quehacer humano. Pensar en letras que no miran únicamente los referentes y modelos aceptados, sino que van a lugares y momentos olvidados. Letras que no solo resuelven, solucionan y economizan, sino que preguntan, dudan, conversan y juegan. Qué difícil pensar que en sitios como estos, tan lentos, tan incómodos e ineficientes, pudiera estar lo relevante y generoso de una práctica.
Avante es un manifiesto de esas intenciones. Una letra que es hija de su proceso, limitada y potenciada por sus circunstancias: por quienes la hicimos, en momentos y lugares particulares, y con recursos y oportunidades específicas y afortunadas. Espero que al igual que este texto se lea como un proyecto que propone más preguntas de las que responde, y que en últimas Avante sea una letra para jugar, para dudar y para conversar.
Julián Moncada diseña tipos y letras para clientes y amigos desde Bogotá.